viernes, 4 de noviembre de 2016

#09

Trocearlas, agitarlas. Hacer una ensalada. Vomitar primero, sino no tenemos condimentos. 
Las inseguridades, los miedos, los recuerdos, todo lo que escribimos en antaño. Primero a la plancha, luego aliñado. Lo metemos 30 minutos en la nevera, para que repose y coja sabor. Sacar, mezclar, servir. Tu culpa y la mía mezclada sin reservas. 
Oler, imaginar. Sentirlo todo de nuevo.
Tirarlo a la basura.
Sin pensarlo dos veces. Apretando los ojos.
A vivir. 
A vivir de nuevo.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

MK

(...) te esperé una vida, dos, si las tuve;
meses o años de luz extraterrestre, toda una vida triste del ego, para encontrarte. 

domingo, 7 de febrero de 2016

#08

Déjame enseñarte la compatibilidad del ser egoísta y el estar conmigo.

viernes, 29 de enero de 2016

#07 (Back to the Future)


El sacrificio es una opción voluntaria. Nadie te dice qué tienes que hacer ni qué tienes que decir. Sale de la voluntad de la propia persona. Y nadie dijo que el camino fuera fácil. El sacrificio trae consigo un dolor intenso, que siempre puedes renunciar a él, pero que nunca llegas a hacerlo, por muy doloroso que pueda resultar.

Una voluntad de estas características, hace que la misma acción sea intensa. Verdadera. Esencialmente pasional. La emoción que une la ejecución de esta conducta, es simplemente hermosa. Es un sentimiento de amor puro, que hace al sujeto emisor disfrutar, incluso, con su única conducta.

Cuando se habla de placer en este caso, queda descatalogada por excelencia la tipología morbosa. El placer que acompaña al sacrificio, siempre será de lo más extraño para la mayoría de los seres humanos. Se trata de algo puramente altruista que, ningún psicólogo de corte evolutivo, podría dar explicación alguna utilizando toda su batería teórica neodarwinista.

El tema es así de simple. Así de único y exclusivamente propio. No elabores más conspiraciones contra él. Las murallas ya han sido levantadas.

Keppler 442b

Te conozco desde hace mucho,
mucho tiempo antes de conocernos.

viernes, 9 de octubre de 2015

Contándole a la Dignidad

Cuentos de angustia, recuerdos de un pasado reciente y llamadas absurdas. Rezos sin dios divinizado que acuden a ti para que vengas y te presentes, con dos ostias bien dadas en cada mejilla, para hacer consciente lo subconsciente, o lo que no se quiere ver, aun teniéndolo delante. Poséeme y actúa con mi cuerpo, porque mi razón quedó anulada y ya no hay nada, sólo emoción absurda que me inunda y me desborda hasta la saciedad y la médula, hasta mis órganos maltrechos y finitos, deshonrados por la sangre que sale a través de mis orificios.

Llámele usted oración, petición o infidelidad cristiana. Sólo quiero que vengas y hagas de mí, por fin, un ser digno; con vergüenza, orgullo y coherencia, esa que perdí desollando mis rodillas ante ti, no usted, sino aquél otro, por el cual acudo a usted, Señora Dignidad.

Así, una vez más, aprovechando el despertar de los adjetivos divinizados, maldigo a la Emoción, que tan mal hace a aquellos que salen mucho con la Impulsividad. Mándele usted, Dignidad, a la reverenda mierda. Por hacer de mí un ser indigno, despojado de placeres egocéntricos. Un ente sin forma, extraño y aborrecido. Una manzana mancillada y, para más inri, podrida; que pide amor sin tener que pedirlo, que llora por quién mientras ríe, que pide perdón cuando debe recibirlo o soporta, en silencio, la cal más cal de todos los universos paralelos.

Venga a mí, Dignidad. Apiádese de mí, oh, mi dulce Dignidad.