viernes, 9 de octubre de 2015

Contándole a la Dignidad

Cuentos de angustia, recuerdos de un pasado reciente y llamadas absurdas. Rezos sin dios divinizado que acuden a ti para que vengas y te presentes, con dos ostias bien dadas en cada mejilla, para hacer consciente lo subconsciente, o lo que no se quiere ver, aun teniéndolo delante. Poséeme y actúa con mi cuerpo, porque mi razón quedó anulada y ya no hay nada, sólo emoción absurda que me inunda y me desborda hasta la saciedad y la médula, hasta mis órganos maltrechos y finitos, deshonrados por la sangre que sale a través de mis orificios.

Llámele usted oración, petición o infidelidad cristiana. Sólo quiero que vengas y hagas de mí, por fin, un ser digno; con vergüenza, orgullo y coherencia, esa que perdí desollando mis rodillas ante ti, no usted, sino aquél otro, por el cual acudo a usted, Señora Dignidad.

Así, una vez más, aprovechando el despertar de los adjetivos divinizados, maldigo a la Emoción, que tan mal hace a aquellos que salen mucho con la Impulsividad. Mándele usted, Dignidad, a la reverenda mierda. Por hacer de mí un ser indigno, despojado de placeres egocéntricos. Un ente sin forma, extraño y aborrecido. Una manzana mancillada y, para más inri, podrida; que pide amor sin tener que pedirlo, que llora por quién mientras ríe, que pide perdón cuando debe recibirlo o soporta, en silencio, la cal más cal de todos los universos paralelos.

Venga a mí, Dignidad. Apiádese de mí, oh, mi dulce Dignidad.